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El poeta de la semana 

Garcilaso de la Vega


Garcilaso de la Vega es sin duda un poeta de singular relevancia para la poesía en español. Reunió en su persona varios factores que lo distinguieron como un cortesano ideal de su época, el prototipo del caballero renacentista. De ascendencia noble, sobresalió como soldado y como artista. Se le ha llamado a Garcilaso “el príncipe de los poetas españoles” por lo elegante y hermoso de su poesía y por el lugar de honor que ocupa dentro de la lírica española, a la cual ayudó a renovar, siendo clave en el éxito del verso endecasílabo y del soneto de proveniencia italiana en la versificación española.

Garcilaso de la Vega nació alrededor del año 1501 y murió en 1536 en una batalla. Su vida fue corta, pero intensa, y sus poemas revelan su sensibilidad, ofreciendo versos de gran hondura y sentimiento. Se ha especulado que la melancolía que impregnan sus versos tiene raíz en su propia experiencia personal tras haber experimentado un amor frustrado hacia una dama portuguesa llamada Isabel Freyre. Isabel se casó y luego murió de parto y algunos críticos han argumentado que es a ella a quien retrata en su famosa Elisa de la “Égloga I”. Sin embargo, los estudiosos han debatido la veracidad de esta conjetura y han ofrecido otros nombres como posibles fuentes de inspiración para el poeta. Ciertamente, aunque una historia de amor real del autor sea atractiva para nosotros como lectores, la grandeza del poeta es que esta sea innecesaria para que nos identifiquemos con la pena amorosa de los pastores Salicio y Nemoroso, que se revela con un sentimiento de autenticidad que es suficiente para conmovernos, independientemente de las experiencias de Garcilaso.

Antonio Sánchez-Romeralo y Fernando Ibarra han señalado que Garcilaso de la Vega contribuyó a la poesía española de cuatro formas importantes: (1) añadiendo una manera nueva de expresar el sentimiento; (2) haciendo triunfar nuevas formas de versificación como el uso del verso endecasílabo y de estrofas como la estancia, tercetos encadenados, octavas y la lira, y por supuesto ayudar al triunfo definitivo del soneto; (3) introducir un nuevo sentido de lo clásico con respecto a la belleza, el balance y la antigüedad clásica como modelo a imitar y (4) la introducción del sentimiento de la naturaleza y el paisaje idealizados, a la manera de los modelos clásicos de Horacio y Virgilio (Antología de autores españoles antiguos y modernos I).

En la “Égloga I”, dos pastores vierten su corazón en un dulce y sentido canto por el abandono de Galatea y la muerte de Elisa, las dos mujeres que son objeto de la queja de amor. En un ambiente bucólico, cada pastor expone su dolor y toda la naturaleza parece acompañarle y ser parte del drama sentimental. En el “Soneto VII”, la voz poética se declara incapaz de resistir los avances del amor, a pesar de las huellas de dolor que este ha dejado en el pasado y el juramento de no volver a caer en tan peligrosa empresa como es el amar, sin embargo, como cada amor es nuevo y diferente y no depende de la voluntad, volver a amar no quebranta el juramento hecho de no intentarlo de nuevo. El “Soneto XXIII” es uno de los más famosos de Garcilaso y en él exhorta dentro del tema de carpe diem a disfrutar los goces de la juventud antes de que inevitablemente el tiempo haga sus estragos en la belleza y vigor físicos.

de Égloga I

¡Oh más dura que mármol a mis quejas,

y al encendido fuego en que me quemo

más helada que nieve, Galatea!,

estoy muriendo, y aún la vida temo;

témola con razón, pues tú me dejas,

que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.

Vergüenza he que me vea

ninguno en tal estado,

de ti desamparado,

y de mí mismo yo me corro agora.

¿De un alma te desdeñas ser señora,

donde siempre moraste, no pudiendo

de ella salir un hora?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

***

Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?

Tus claros ojos ¿a quién los volviste?

¿Por quién tan sin respeto me trocaste?

Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?

¿Cuál es el cuello que, como en cadena,

de tus hermosos brazos anudaste?

No hay corazón que baste,

aunque fuese de piedra,

viendo mi amada hiedra,

de mí arrancada, en otro muro asida,

y mi parra en otro olmo entretejida,

que no se esté con llanto deshaciendo

hasta acabar la vida.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

***

Corrientes aguas, puras, cristalinas,

árboles que os estáis mirando en ellas,

verde prado, de fresca sombra lleno,

aves que aquí sembráis vuestras querellas,

hiedra que por los árboles caminas,

torciendo el paso por su verde seno:

yo me vi tan ajeno

del grave mal que siento,

que de puro contento

con vuestra soledad me recreaba,

donde con dulce sueño reposaba,

o con el pensamiento discurría

por donde no hallaba

sino memorias llenas de alegría.

***

Divina Elisa, pues agora el cielo

con inmortales pies pisas y mides,

y su mudanza ves, estando queda,

¿por qué de mí te olvidas y no pides

que se apresure el tiempo en que este velo

rompa del cuerpo, y verme libre pueda,

y en la tercera rueda,

contigo mano a mano,

busquemos otro llano,

busquemos otros montes y otros ríos,

otros valles floridos y sombríos,

do descansar y siempre pueda verte

ante los ojos míos,

sin miedo y sobresalto de perderte?

Soneto VII

No pierda más quien ha tanto perdido,

bástate, amor, lo que ha por mí pasado;

válgame agora jamás haber probado

a defenderme de lo que has querido.

Tu templo y sus paredes he vestido

de mis mojadas ropas y adornado,

como acontece a quien ha ya escapado

libre de la tormenta en que se vido.

Yo había jurado nunca más meterme,

a poder mío y mi consentimiento,

en otro tal peligro, como vano.

Mas del que viene no podré valerme;

y en esto no voy contra el juramento;

que ni es como los otros ni en mi mano.

Soneto XXIII

En tanto que de rosa y azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto, por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera, por no hacer mudanza en su costumbre.

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