César Vallejo
César Vallejo nació en el departamento de La Libertad en la región norte del Perú en la pequeña ciudad de Santiago de Chuco, enclavada en los Andes en 1892. Vallejo es considerado uno de los más grandes poetas del siglo XX.
De su etapa más temprana como poeta se publicó la colección Los heraldos negros (1918), la cual se enfoca en el choque cultural que sintió el propio Vallejo al irse a estudiar a la ciudad de Trujillo y luego a Lima, la capital. Su segundo poemario, Trilce (1922), demuestra su compleja y avanzada técnica, demostrando muy tempranamente en su lenguaje experimental, que rompe con las reglas existentes; estas nuevas características marcan el comienzo del movimiento vanguardista que surgiría posteriormente en la literatura global. Publicada después de su muerte, su colección titulada Poemas Humanos (1938), denota una marcada ideología izquierdista que a pesar de esto mantiene la independencia de Vallejo ante las influencias de su época. Su obra cumbre, no solo muestra desgarradamente el dolor y la tristeza sino también el triunfo de la vida sobre la muerte.
Entre sus novelas más reconocidas por la crítica se encuentran El Tungsteno y Paco Yunque. Ambas tienen un amplio contenido social enfocándose en la explotación minera y en la discriminación racial, endémicas en la sociedad peruana.
Viajó a Europa en 1923 y murió en Paris en 1938.
de Los heraldos negros:
LOS HERALDOS NEGROS
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido Se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido Se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
de Trilce:
LXXV
ESTÁIS MUERTOS Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos, muertos. Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte. Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra. Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino el no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades. Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida. Estáis muertos.
de Poemas humanos:
LOS NUEVE MONSTRUOS
Y, desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora voraz, es el dolor dos veces y la función de la yerba purísima, el dolor dos veces y el bien de ser, dolernos doblemente.
¡Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa,
en la cartera, en el vaso, en la carnicería, en la aritmética! Jamás tanto cariño doloroso,
¡jamás tan cerca arremetió lo lejos, jamás el fuego nunca jugó mejor su rol de frío muerto! ¡Jamás, señor ministro de salud, fue la salud más mortal y la migraña extrajo tanta frente de la frente! Y el mueble tuvo en su cajón, dolor, el corazón, en su cajón, dolor, la lagartija, en su cajón, dolor.
¡Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece con la res de Rousseau, con nuestras barbas; crece el mal por razones que ignoramos y es una inundación con propios líquidos, con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función en que el humor acuoso es vertical al pavimento, el ojo es visto y esta oreja oída, y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas a la hora del trigo, y nueve sones hembras a la hora del llanto, y nueve cánticos a la hora del hambre y nueve truenos y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres, por detrás de perfil, y nos aloca en los cinemas, nos clava en los gramófonos, nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas; y es muy grave sufrir, puede uno orar… Pues de resultas del dolor, hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros que sin haber nacido, mueren, y otros que no nacen ni mueren (son los más) Y también de resultas del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo, de ver al pan, crucificado, al nabo, ensangrentado, llorando, a la cebolla, al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo, al vino, un ecce-homo, tan pálida a la nieve, al sol tan ardio! ¡Cómo, hermanos humanos, no deciros que ya no puedo y ya no puedo con tanto cajón, tanto minuto, tanta lagartija y tanta inversión, tanto lejos y tanta sed de sed! Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer…
de Poemas humanos (España, aparta de mí este cáliz)
MASA
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Se le acercaron dos y repitiéronle: «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate, hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar...